Volverte a enamorar

 

Tu última relación hace tiempo que terminó.

Pasaste el duelo, todo volvió a la normalidad. Tu vida está en orden. Estás tranquilo. A veces piensas que, demasiado tranquilo. Pero es precisamente esa tranquilidad la que te ha permitido volver a sonreír.

Vives.

Sentimentalmente no sufres por nada en especial, pero tampoco tienes expectativa alguna en volverte a enamorar. No lo necesitas.

Pasan las semanas, los meses, los años, estando a gusto con tu soledad. Sabes que tienes a las personas que te quieren a tu lado.

Todo es calma. Todo está bien.

Rutina. Tienes tu vida.

 

Y de repente, aparece.

Se presenta ante ti, una persona que provoca tal revolución en tu corazón, que te sientes el protagonista de una película de amor. No sabes cuál será el desenlace. Solo tienes dos cosas seguras:

1-   Estás sintiendo algo tan bonito y con tanta intensidad, que te asusta, te desorienta, te hace querer ser y dar lo mejor de ti.

2-   Tu felicidad pasa a depender de la persona amada. No la comparas con nada ni con nadie. No lo tomas como la mejor opción o la opción menos mala. Simplemente, sabes que es ella.

Lo mismo que los soldados de Julio César, al cruzar el Rubicón gritando "Aut Caesar aut nihil” “O César o nada”, así está tu pensamiento: o ella, o nada.

Lo más parecido a lo que sentimos, lo describe de forma sublime, el protagonista en la película “Hannibal”,  en la escena en la ópera con el comendatore Pazzi y su mujer, Alegra:

- Alegra: ¿A usted le parece que un hombre, podría obsesionarse tanto con una mujer, tras un solo encuentro?

- Hanibal: ¿Sentir diariamente una puñalada de hambre de ella, y encontrar su sustento con su sola visión?

Creo que sí.

Pero, ¿ vería ella tras los barrotes de ese empeño y suspiraría por él?

No contemplas a ninguna otra mujer como depositaria de tu amor. Además, ni puedes ni quieres luchar contra ese sentimiento. Sabes que el corazón no negocia. Es un juez que no admite apelación.

Una perfecta desconocida, se convierte en el eje de tu vida afectiva. Reparas en que, del éxito o fracaso de obtener reciprocidad, condiciona tu estado de ánimo, tus ilusiones y tu vida.

Vértigo, excitación, expectación, necesidad, vulnerabilidad…

No sabes cuánto tiempo más, vas a poder mantener esos niveles de cortisol en tu cuerpo. Es imperioso hacérselo saber. Se lo tienes que decir; Consigues quedar con ella.

Te sorprendes, pero el estado de nervios que se había apoderado de ti desde que se presentó nuestra enamorada, se convierte en una total y absoluta seguridad y determinación. No conoces el veredicto, expectación.

Muestras tus cartas. Verbalizas lo mejor que puedes o sabes, todo lo que te está dictando tu corazón. No hay vuelta atrás. Alea iacta est!

De repente te das cuenta que, después de haberle expuesto tus sentimientos, te está sonriendo y que, no solo no ha salido corriendo, sino que, te hace saber que está dispuesta a buscar la felicidad junto a ti.

Es tal la sensación de felicidad que, no eres consciente, pero tu vida acaba de cambiar. Tu corazón, tu alma y todo tu ser, se siente como si estuviera en una piscina de bolas. Lo que creías que no volvería a pasarte, aparece y con más fuerza que nunca. Notas como sonríe tu corazón.

 

No das crédito. Todo es, simplemente perfecto. De hecho, casi te asusta. No sabes cómo reaccionar.

Pero el caso, es que una persona con luz propia, eclipsa cualquier rescoldo de amargura, que pudiera quedarte tanto a nivel sentimental, como del tipo que fuere. Estás más feliz que lo habías estado en tu vida.

Y lo más bonito: sabes que es una felicidad a futuro. No es nada efímero o coyuntural.

Todo lo relacionado con esa persona, pasa a ser prioridad en tu vida. Necesitas saber que está bien, y te afloran impulsos de cuidar, proteger y velar por el bienestar de esa persona.

La piensas, la buscas y no puedes dejar de sonreír. Estás enamorado.

Da igual lo que te dure esa sensación. Puede ser una semana, un mes, un año o el resto de tu vida.

Lo verdaderamente importante, es que esa persona ha pasado por tu vida, para recordarte que, no hay nadie imprescindible, ni hay mal que 100 años dure, y que vale la pena arriesgarse para saber, que ahí fuera, alguien está esperando a que tú, la quieras.